Gustavo, por supuesto, acepta gustoso. Además, a mí ya me había dicho que, a pesar de todas las dificultades económicas, nos casaríamos. Yo por dentro tenía la convicción de que el matrimonio no era la solución a problema alguno, incluso el de tener a un niño. Sin embargo, estaban en mi mente los recuerdos de cuando era niña y no tenía a mi padre a mi lado, cómo sufrí cuando se separaron y las palabras de mi madre de siempre: "Si yo no tuve suerte para el matrimonio, si no tuve la suerte de casarme de blanco, ustedes mis hijas tendrán que salir de blanco de esta casa".
Mi madre me hizo todos los trámites para el matrimonio civil y religioso. Pagó lo que tenía que pagar. Mi hermano mayor me alquilo el vestido de novia, mi hermano menor Eduardo, me regaló la torta; los bocaditos, mi cuñada Beatriz, y mis otros hermanos la comida y la cerveza. Mi madre hizo las invitaciones y me casé, como mi madre soñó casarse en la Iglesia de Barranco donde también fui bautizada, con vestido blanco, cola y tres pajes, dos sobrinos llevándome la cola y una llevando los aros. En Barranco, cuando entraba a la iglesia, sólo pensaba en los jóvenes, en la huelga y recordaba los momentos de lucha. Al entrar pude ver a los compañeros Miguel y Josefina, una animadora; sólo a ellos. Estaba triste. ¿Iba a empezar una nueva vida, dejando de lado la lucha revolucionaria por mi pueblo? Por otro lado, soñaba con la familia ideal y con la esperanza de mi hijo.
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