domingo, 24 de noviembre de 2013

Universidad, teatro y canto


                    

"Casi al mismo tiempo de mi ingreso a la universidad era dirigenta en un grupo de teatro y canto"

Eramos cincuenta jóvenes de diferentes grupos residenciales que nos desligados de la parroquia para irnos a reunir en el local comunal. Era un grupo hermoso. Puedo recordar a cada uno de sus integrantes y las actividades que realizábamos y de como reflexionábamos con la Biblia y los problemas de los jóvenes: las drogas, la incomprensión de los padres. 

Eramos sólo jóvenes de convicción cristiana y comprometidos con nuestra comunidad. No había adulto que nos ayudara o influyera; sólo eramos jóvenes con ganas de hacer algo por nuestra comunidad. Ayudábamos a los dirigentes, cantábamos y actuábamos antes de las asambleas generales, mientras se juntaba la vecindad para debatir los problemas. Los temas para las obras salían de nosotros mismos. Tengo que decir que no podíamos ver a la gente del Centro de Comunicación Popular: creíamos que ellos nos iban a manipular políticamente; siempre nos cuidábamos y competíamos con ellos. Cuando sabíamos que se presentarían en algún grupo residencial, nosotros nos esmerábamos en ensayar y dejar bien a nuestro grupo. 

No olvido una vez que hubo un encuentro juvenil y nos invitaron. Entonces recuerdo a Yoni, que me decía que no bastaba la biblia para acabar con los problemas de la juventud. Yo peleaba, tratando de convencerlo a él y al resto de que lo importante era el amor a nuestro prójimo, que fuésemos buenos y unidos y nada mas. 

En la universidad aprendí parte del materialismo histórico y el materialismo dialéctico, la lucha de clases, etcétera. Entonces ya me cuestionaba a mi misma: no comprendía porque tanto nos esforzábamos nosotros los pobres por estudiar, por conseguir trabajo y no lo podíamos hacer. Cual era nuestro problema: ¿la incapacidad o qué?. Me hacia muchas preguntas y llego un momento en que empecé a cuestionar si existía Dios o no, y si existía ¿por qué permitía que tantos niños se mueran de hambre y por qué existían tantos jóvenes frustrados?. 

Entonces, al mismo tiempo, llegaron a nuestro núcleo juvenil unos jóvenes de universidades, quienes prometieron ayudarnos a comprender mejor el teatro, a hacer guiones, a impostar la voz, etcétera. Al principio intentaron enseñarnos algo, pero eran muy aburridos. Nosotros teníamos nuestra manera de reflexionar: poníamos música, bailábamos, luego apagábamos la música y cada uno contaba un problema o algo que tenía y lo mortificaba y todos lo ayudábamos, reflexionábamos juntos. Ellos nos querían enseñar la tesis de Mao, que también decía sobre la persona humana y sus comportamientos, pero eran aburridos y ahuyentaron a muchos jóvenes; nos quedamos muy pocos. Hicieron una escuela popular para enseñarnos el marxismo y el proceso de la Revolución China. Nos hablaban de la lucha de clases. Yo no tenía el conocimiento mínimo de la universidad y estos jóvenes que eran mucho mayores que nosotros también hablaban de lo mismo. 

Los chicos del Centro hicieron que me metiera a esta escuela popular donde me hablaban de que la iglesia era el opio del pueblo. Llego un momento en que ya no creía en Dios. De nuestro grupo solo quedamos unos cuantos, los cuales ahora somos dirigentes. Ahora lamento mucho no haber podido ayudar a algunos -más jóvenes que nosotros- y ahora son lumpen, pero nos aprecian, nunca nos han hecho daño; por el contrario siempre nos cuidan. 

Casi al mismo tiempo, en el grupo, los dirigentes de una asamblea informaron que se tenía que hacer un colegio para los niños pequeños, en nuestra círculo, pero que sea de la propia comunidad, no del Estado. Entonces se acordó que todas las jóvenes que quisieran cuidar a los niños de 3 a 5 años y tuvieran quinto de secundaria se presentaran a la próxima asamblea porque allí se elegiría a una para que se encargue de los niños. Salgo elegida y me mandan a capacitarme. Me emocionaba la idea de ser profesora así no más. 

Empecé a a trabajar, en el grupo, con los niños durante semanas. Recuerdo que no teníamos nada. Los niños se sentaban en piedras o ladrillos. Mi enamorado, Gustavo, trajo un día unas maderas y me hizo una mesa. Eran maderas largas en forma de círculo y los niños ya tenían donde dibujar y pintar. Se sentaban en ladrillos, sillitas y mesitas de madera. Yo soñaba con el módulo de Educación Inicial del cual hablaban los dirigentes que se haría con el apoyo de Unicef; soñaba con el baño para los niños y su salón de clases. Trabaje durante cuatro años en el local comunal mientras se construía el módulo. No tuve la oportunidad de enseñar ahí, pero mi hijo, el último, sí fue al módulo.

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